Cuando mi hermana se casó y andaba preparándolo todo para su matrimonio, recuerdo que la hostigaba emocionalmente haciéndole interdiario la misma pregunta. Pregunta que no cesó la noche de su matrimonio, antes de irse de luna de miel, cuando regresó de su luna de miel y el primer par de años que le siguieron a su joven, fresco y amoroso matrimonio: "¿Cuándo me vas a encargar una sobrina(o)?".
Recuerdo que cuando ella vino de su luna de miel, con su bronceado caribeño, mostraba las fotos y contaba los detalles y yo solo quería saber si en ella, habían producido a mi sobrina. También me acuerdo que cuando hacía planes de volver a viajar con mi cuñado, o la ascendían en su trabajo, o venía si quiera con una pequeña novedad de que harían cambios en su vida, yo pensaba en voz alta, cómo es que todos estos cambios se mantendrían cuando llegara mi sobrina. Mi objetivo era claro, quería, deseaba y necesitaba a mi sobrina. No en un par de años, no "cuando ambos estén 100% seguros", quería a mi sobrina y la quería ya.
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Lo que le siguió a eso fueron meses hablándole a su panza y sobandola como a un buda cada vez que necesitaba suerte. En esa época andaba saltando de trabajo en trabajo y buscándole en cierta forma, un sentido a mi vida y soy fiel creyente que mi sobrina, partió el pan con el que venía bajo el brazo, para darme la mitad.
No existe nada, absolutamente nada en el universo, que sea más especial e increíble que estar parado detrás de esa luna que separa tus lágrimas de emoción de esos bebés recién nacidos y que en eso, en el momento en que estabas a un paso de meterte a patadas a la sala de operaciones exigiendo una explicación, saquen a un bodoquito de carne y te lo muestren como un trofeo de guerra. En ese preciso momento mi vida se separó en 2: La Carla que era antes del bodoque y después de ver a mi bodoque. Me queda claro que ser madre debe ser el doble o hasta el triple de increíble, pero ser tía y estar presente mientras crece esa panza desde donde nacerá esa personita gracias a la cual te ganas ese título, no tiene precio.
Rafaella ahora es una niña grande de casi 4 años, he estado en todos sus momentos importantes y en los que le importaba un poroto que estuviera. Hemos pasado por etapas donde me veía hasta en la sopa, luego me tuvo que dejar de ver tan seguido y me castigó con el látigo de su indiferencia y ahora que hasta almorzamos juntas todos los días y me pide que me quede un rato a jugar.
Mi segunda sobrina ya está próxima a salir del horno y Rafaella ya está armando su ejército y empadronando a aquellos por los cuales no negociará y no compartirá su cariño, ni a palos, con su hermana. Sabe que la competencia está a la vuelta de la esquina y habrán cambios... aún no sabe de qué magnitud, pero los habrá y eso no le gusta.
Yo solo marco los días para volver a vivir esa cuenta regresiva detrás de esa ventana, esta vez no tendré que ir caminando a la clínica y le compraré a mi hermana el regalo de flores y peluches más grande que tenga la florería. 4 años atrás estaba rearmando mi vida laboral y no tenía un centavo en los bolsillos, pero esta vez no solo tendré todo mil veces más ordenado y mejor, sino que además esperaré con el mejor de mis regalos bien agarradita de mi mano.