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martes, 28 de octubre de 2014

La dulce espera de una tía

Cuando mi hermana se casó y andaba preparándolo todo para su matrimonio, recuerdo que la hostigaba emocionalmente haciéndole interdiario la misma pregunta. Pregunta que no cesó la noche de su matrimonio, antes de irse de luna de miel, cuando regresó de su luna de miel y el primer par de años que le siguieron a su joven, fresco y amoroso matrimonio: "¿Cuándo me vas a encargar una sobrina(o)?".
Recuerdo que cuando ella vino de su luna de miel, con su bronceado caribeño, mostraba las fotos y contaba los detalles y yo solo quería saber si en ella, habían producido a mi sobrina. También me acuerdo que cuando hacía planes de volver a viajar con mi cuñado, o la ascendían en su trabajo, o venía si quiera con una pequeña novedad de que harían cambios en su vida, yo pensaba en voz alta, cómo es que todos estos cambios se mantendrían cuando llegara mi sobrina. Mi objetivo era claro, quería, deseaba y necesitaba a mi sobrina. No en un par de años, no "cuando ambos estén 100% seguros", quería a mi sobrina y la quería ya.

Un día mi celular sonó mientras me estaba peleando con la impresora de la oficina, eran como las 2 y algo de la tarde (lo recuerdo porque la oficina estaba vacía, porque casi nadie volvía de almorzar) y hasta dudé de responder la llamada, porque era mi hermana y andábamos medio peleadas, para variar. "Carla", me dijo con una voz algo nerviosa, "no sabes... por fin vas a ser tía", recuerdo que en ese momento olvide donde rayos me encontraba y le subí todo el volumen que quise a mi tono de voz. Solo hablamos un par de minutos, me dirigí a mi sitio, esperé sentada a que llegara mi jefe de almorzar, le expliqué la situación y me fui corriendo a su casa. 
Lo que le siguió a eso fueron meses hablándole a su panza y sobandola como a un buda cada vez que necesitaba suerte. En esa época andaba saltando de trabajo en trabajo y buscándole en cierta forma, un sentido a mi vida y soy fiel creyente que mi sobrina, partió el pan con el que venía bajo el brazo, para darme la mitad.

No existe nada, absolutamente nada en el universo, que sea más especial e increíble que estar parado detrás de esa luna que separa tus lágrimas de emoción de esos bebés recién nacidos y que en eso, en el momento en que estabas a un paso de meterte a patadas a la sala de operaciones exigiendo una explicación, saquen a un bodoquito de carne y te lo muestren como un trofeo de guerra. En ese preciso momento mi vida se separó en 2: La Carla que era antes del bodoque y después de ver a mi bodoque. Me queda claro que ser madre debe ser el doble o hasta el triple de increíble, pero ser tía y estar presente mientras crece esa panza desde donde nacerá esa personita gracias a la cual te ganas ese título, no tiene precio.

Rafaella ahora es una niña grande de casi 4 años, he estado en todos sus momentos importantes y en los que le importaba un poroto que estuviera. Hemos pasado por etapas donde me veía hasta en la sopa, luego me tuvo que dejar de ver tan seguido y me castigó con el látigo de su indiferencia y ahora que hasta almorzamos juntas todos los días y me pide que me quede un rato a jugar.

Mi segunda sobrina ya está próxima a salir del horno y Rafaella ya está armando su ejército y empadronando a aquellos por los cuales no negociará y no compartirá su cariño, ni a palos, con su hermana. Sabe que la competencia está a la vuelta de la esquina y habrán cambios... aún no sabe de qué magnitud, pero los habrá y eso no le gusta. 
Yo solo marco los días para volver a vivir esa cuenta regresiva detrás de esa ventana, esta vez no tendré que ir caminando a la clínica y le compraré a mi hermana el regalo de flores y peluches más grande que tenga la florería. 4 años atrás estaba rearmando mi vida laboral y no tenía un centavo en los bolsillos, pero esta vez no solo tendré todo mil veces más ordenado y mejor, sino que además esperaré con el mejor de mis regalos bien agarradita de mi mano.



jueves, 22 de mayo de 2014

Gracias mamá.

Mi mamá siempre ha sido una mujer muy práctica.
Cuando no quería comer, no me gritaba, ni me amenazaba. Solo me daba una indicación clara: De esa mesa no te paras hasta que termines. Recuerdo una vez que hizo que le alcanzaran sus almohadas porque llevaba como 3 horas y media sentada en la mesa conmigo mirándome, limándose las uñas y conversando por teléfono… y yo aún no terminaba mi comida pero para entonces por supuesto, ya estaba congelada.
Cuando me rompieron el corazón por primera vez, nunca me dijo que eso nunca me volvería a pasar, sino todo lo contrario: “Esto va a pasarte más veces conforme vayas creciendo… y posiblemente te duela mucho más que ahora, pero te prometo que siempre se te va a pasar y a veces, más rápido de lo que esperas” (Y es cierto, a veces hasta te sientes mal de lo rápido que se te pasa).
Cuando actué mal, no se escandalizó jamás, ni me levantó un solo dedo acusador y me echó imaginariamente a las llamas del infierno (es más, nunca metió a Dios en nuestros asuntos, ni me dijo que bajaría de los cielos a castigarme y mandarme al rincón). Por el contrario, me contó del Karma y el equilibrio que tiene por default este universo (gran enseñanza) y con una risita sarcasticona y de medio lado, sentenció: Cuando te hagan lo mismo, que lo harán, te acordarás de este momento ¡Y no vale llorar!

Conforme fui creciendo la veía de mil maneras diferentes. Primero como la mujer invencible y dulce. De niña, mi mamá era como un osito cariñosito. De adolescente mi “bulleye” favorito a quien me gustaba darle justo en el punto donde más le doliera, el tema es que mi mamá nunca jamás fue una madre sufrida… Entonces, cuando lanzaba, según yo, mis frases hirientes que la destruirían hasta morir del dolor, mi madre rebuscaba entre su repertorio de sarcasmo y respondía a quemarropa, sin asco ni reparo alguno, manteniéndome siempre la mirada desafiante y enseñándome que nunca, así cumpla 1000 años, podré con ella. JAMÁS.
Los gritos irrespetuosos de adolescente hormonal me los bajaba decibel por decibel, acortando la distancia entre nosotras paso a paso, muy lentamente: A mayor el volumen de mi grito, más se me acercaba… y yo sabía muy bien qué pasaba cuando ella llegaba a donde yo estaba parada. Las tiradas de puerta se curaron abriéndolas y colocándose estratégicamente a solo 3 centímetros de mi nariz… y como matón italiano de primera clase, susurraba claramente mirándome a los ojos: A MI-NO-ME-TIRAS-LA PUERTA-EN LA CARA ¿ENTENDISTE?
Ahora, aunque tenemos nuestros ratos y nos gusta discutir como quien recuerda esos viejos tiempos de adolescencia que ya no volverán, desarrollamos un estilo de relación a lo “roomates”. Nos repartimos los gastos de la casa, nos avisamos de programas de TV para que la otra cambie “rápido!” y nos sorteamos quién tiene que cocinar los domingos o la pone para pedir algo. Ahora, a mis 28 años, mi mamá es una mezcla de oso cariñoso de ojos rojos, esos que mientras duermes se le prenden de la nada como si estuvieran poseídos y aunque te acompañan al dormir y cuidan tus sueños… sabes muy bien que tienen la capacidad de acabar contigo ante tu descuido.

Mi mamá no es sacrificada cuando es momento de engreírla, si le preguntas qué quiere que le regales, nunca te dirá que tu cariño, te dará su lista de deseos y los lugares donde puedes encontrarlos con completa facilidad, total… tu cariño le regalaste tooooooda tu niñez mamita. Ya tiene bastante.
Pero si de real sacrificio se trata, mi madre es una DIOSA ESPARTANA. Cuando las cosas se le pusieron difíciles un buen día, se secó las lágrimas, se levantó de su cama, pidió un préstamo (que seguramente pagó en 100 años), se compró su tico y lo pintó de amarillo, agarró a su hija da 6 años y la otra de 12 y se puso a hacer taxi, movilidad y si hubiese podido convertirlo en tienda portátil, seguramente vendía dentro sus postres y menús que por años entregaba a delivery. Era un madre Unique, hizo corretaje un tiempo y de alguna forma, a mi nunca me faltó nada, ni siquiera un solo útil escolar para estudiar en mi maravilloso y respetable colegio particular que quedaba (y queda hasta ahora) en Chacarilla del Estanque.

Yo no tengo idea cómo seré cuando sea mamá y si tendré la suerte de heredar todo ese coraje infinito con el que nació y que hasta el día de hoy no se le acaba. Solo sé que puedo asegurar una cosa: Si algún día mi hija viene a contarme que odia su trabajo o alguna elección que tomó, hoy la hace miserable, le diré exactamente lo mismo que mi mamá me dice hasta ahora cuando voy a echarme a su lado a preguntarle si puede asfixiarme con su almohada: Haz lo que te haga feliz Carla, la vida es demasiado corta para estés en un trabajo que no te gusta… Despertándote temprano todos los días para hacer cosas que no te llenan… Estudiando algo que no te convence… Aguantando cojudeces de terceros que no te conocen… O tratando de tener una vida que no va contigo”.


Gracias mamá.